El cannabis a principios del siglo XIX

El cáñamo no se adaptó bien a los requisitos de la Revolución Industrial, no hubo desarrollo tecnológico de maquinaria para la recolección (hasta el siglo XX) que redujera los costes de la mano de obra. La desaparición de la esclavitud hizo que aumentasen los costes de producción y con la aparición de los nuevos productos sintéticos el cáñamo dejó de ser competitivo. El algodón se adaptó más fácilmente e introdujo maquinaria, ninguna fibra textil le hizo sombra. Las sogas de los barcos a finales de este siglo comenzaron a hacerse de cable de alambre y con la aparición del barco de vapor desaparecieron las velas de cáñamo. Hasta el siglo XIX las telas eran preferentemente de lino o cáñamo, e incluso mezcla de ambos. En el siglo XIX aparecen las telas de algodón, yute y otras con fibras sintéticas. Es el comienzo de un largo fin para el cannabis.

Aunque a comienzos de este siglo existe un tremendo interés por las propiedades terapéuticas del cannabis. La ciencia en este tiempo se caracterizó por su deseo de clasificar y categorizar.

En 1816 el redactor de la parte de Mecánica, Francesc Santponç, escribió diversas reflexiones y noticias, como la “Noticia sucinta del origen y progresos de la máquina de vapor”. Otros artículos suyos se referían a alguna invención propia como en el caso del “Nuevo método de preparar los cáñamos y linos sin necesidad de maceración en aguas embalsadas ni corrientes en beneficio de la salud pública” en el que describe diversas mejoras en la preparación del cáñamo y del lino y explica la invención realizada por Francesc Salvá y él mismo. También escribió sobre invenciones ajenas como la “Descripción de una máquina muy ventajosa para limpiar puertos, puesta en ejercicio en el de Venecia, la cual se considera que puede ser utilísima en el de Barcelona”, un artículo éste que Santponç redactó a partir de un informe realizado por Prony. A través de la revista Santponç también contestó a cuestiones que se le formularon. En las Memorias se publicaron descripciones de máquinas ideadas por el ingenio de los españoles, por ejemplo, la “Descripción de la máquina de hilar, retorcer y madejar lino, lana, cáñamo y otros productos, que tienen las hebras ó hilazas largas, remitida desde la ciudad de Solsona de este Principado por su inventor D. F.J”.

En 1816 muere la reina María I de Portugal en Río de Janeiro (ya que en 1807 los reyes de Portugal huyeron a Brasil por temor a ser capturados por Napoleón) a la edad de 81 años; en su agonía le pidió a una esclava brasileña que le preparase una infusión de fibras de diamba (cannabis) y arsénico, al irse el dolor se puso a tocar la guitarra y cantar antes de morir (Hutchison, 1975:173-183). Cuando se mencionaba el nombre del marqués de Pombal en la presencia de la reina María, se volvía repentinamente loca de rabia y presa de un ataque de ira rayano en la demencia. Sus rasgos se convulsionaban, babeaba y ponía los ojos en blanco, mientras parecía poseerle un demoníaco frenesí por todo el cuerpo. Era tan dada a la melancolía y tan religiosa que cuando unos ladrones entraron en una iglesia de Lisboa y desparramaron por el suelo las hostias consagradas en medio del pillaje, decretó nueve días de luto, se apartó los asuntos públicos y de Estado y acompañó a pie, con un cirio en mano igual que una penitente, la procesión reparadora de semejante crimen que recorrió toda la capital.

En 1818 el escritor vienés, Joseph Von Hammer-Purgstall, capitalizó el interés europeo por su obra la Secta de los Asesinos y el hachís. El libro fue tan popular que se tradujo rápidamente al francés (1833) y al inglés (1835). La relación entre hachís y asesinos se unió solidamente hasta nuestros días. Posteriormente se creará en Francia el Club del Hachís por artistas y literatos franceses.

El 12 de julio de 1823 Diego José Benavente entró como ministro de Hacienda de Chile y empezó un importante papel en el proceso de organización de la hacienda chilena. Decretó protección a la industria nacional y ofreció exenciones de impuestos a los extranjeros que se establecieran en Chile con fábricas de cáñamo (Sagredo, 1997: 287-312).

En 1830 el consejo municipal de Río de Janeiro prohibió la importación de marihuana en la ciudad. Cualquiera que vendiera era responsable de una multa grave y cualquier esclavo fumándola se le podía sentenciar a tres días de encarcelamiento (Greyre, 1968:317).

Joseph François Michaud (1767-1839) historiador francés, que gracias a sus servicios políticos fue recompensado con la Cruz de la Legión de Honor, viajó entre 1830-1831 a Siria y Egipto con el propósito de recompilar información para su obra La Historia de los Cruzados. Michaud mantuvo una correspondencia con el explorador Jean François Joseph Poujoulat que fue posteriormente publicada en 1833 como Correspondencias de Oriente; en ella escribe: “Deseaba visitar algunos cafés de El Cairo. Como ya dije, la ciudad cuenta con casi mil doscientos; el néctar arábigo y la hoja aromática del tabaco de Latakia son el objeto de una especie de culto en la capital de Egipto, así como en Estambul (…). Ha sustituido al opio un licor que se hace con la semilla del cáñamo y que los árabes llaman hasis; este licor es embriagador y produce en el cerebro toda clase de imágenes fantásticas (…). Los cafés de El Cairo exhiben pocos lujos en su decoración; los más renombrados tienen surtidores de agua, divanes y estrados cubiertos de alfombras; allí los contadores de cuentos despliegan sus historias galantes o heroicas, que encantan sobre todo en las ruidosas noches del Ramadán.” (Solé, 2003:106).

 

La pérdida del interés industrial por el cáñamo

El 1840 investigadores alemanes desarrollaron un proceso de obtención de celulosa de los árboles. Hasta entonces el papel se hacía con cáñamo. La tecnología alemana ofrecía una fórmula barata de convertir la celulosa cruda de un suministro aparentemente interminable como eran los árboles en papel. Este nuevo método se estableció rápidamente en la zona nororiental de los EE.UU. donde existía una abundancia de árboles. Este papel era mucho más barato que el de cáñamo. Esto a la larga sería perjudicial para el medio ambiente ya que hoy entendemos que la masa forestal no es algo ilimitado. A mediados del siglo XIX la defensa y conservación del medio ambiente no existía y se potenciaba aquello que fuera más barato económicamente aunque perjudicara la flora y fauna de los bosques (Ethan, 1948:1-2).

Es a mediados del siglo XIX cuando comienza a aparecer un interés literario por el cannabis. En 1843 François Lallemad publicó Le hachich que fue tan popular que se reeditó en 1848.

En 1848 un artículo anónimo aparecía en el periódico de la Cámara de Edimburgo, en el que el autor advirtió a sus lectores que una amenaza estaba asolando Francia. La indulgencia hacia el hachís se había extendido entre médicos, estudiantes de medicina, poetas, idealistas y amantes de la novedad (Abel, 1980). Ese año, durante las revueltas de París de 1848, los estudiantes armados llevaban pancartas por las calles pidiendo la libre circulación del cannabis y del éter.

En 1850 David Urquhart, miembro del parlamento inglés, publicó un libro de dos volúmenes que tituló Los pilares de Hércules en el que agregó su propia experiencia con respecto al hachís turco. Percibió que no existía tanto peligro entre los consumidores ingleses, que eran mínimos y atrajo la atención del médico irlandés Richard Barter (Urquhart, 1850:81-91).

El poeta de los EE.UU. John Greenleaf Whittier (1807-1892), escribe un poema al hachís en sus poemas de antiesclavitud (1854). Él entendía su consumo como una adicción y se observa con detalle en los doce versos del poema. Escribe: “De todo lo que pueden ofrecer las tierras del Oriente, / de maravillas que con las nuestras compiten,/ la más extraña es la planta de hachís,/ y lo que sucede tras su ingesta./ ¡Qué imágenes surgen en la mente del consumidor/ de danzas de derviches o Almeh!/ de Eblis, o del paraíso/ ¡Que brillan con danzas de huríes!”. Afirma también que hace necios a los que la consumen. Concluye de la siguiente forma: “¡Oh, poderosa planta! Tan extraño sabor/ jamás probó turco o hindú; / el hachís de cáñamo oriental/ ¡Es impotente frente a nuestro algodón occidental!”

 

 

Bayard Taylor

Hacia 1850 se publicaron dos libros en el que el novelista Bayard Taylor (1825-1878) escribió sobre sus experiencias con el hachís en Egipto de forma parecida a la de los miembros del Club del Hachís de París (Rudgley, 1999, 95). Además de novelista fue poeta, traductor, lírico de música, corresponsal de guerra, secretario de una delegación de los EE.UU. en Rusia y embajador de los EE.UU. en Alemania. En 1851 muere su esposa y viaja a Oriente Medio y Extremo Oriente. Se inicia en el consumo de hachís en Egipto, donde tomó una dosis suave y estuvo colocado durante media hora, y describe sus sensaciones como de luminosidad exquisita y de viveza con una percepción muy perspicaz del absurdo. Escribe primero su obra A Journe to Central Africa (“Viaje al África Central”) en 1854. En su obra La Tierra de los sarracenos, o imágenes de Palestina, Asia Menor, Sicilia y España (1855) habla más profundamente de su experiencia con el hachís cubriéndolo con una envoltura sensacionalista que hacía entretener a sus lectores. Había escrito un año antes, en abril de 1854, en la revista Putnam´s Monthly Magazine, el artículo The vision of Hasheesh. Taylor comienza con una introducción de la secta de los asesinos con sus pasiones violentas producto de un ungüento misterioso. Durante su estancia en Damasco probó el hachís como era costumbre siria; antes de las comidas para que el efecto del hachís actuase más gradualmente. Consumió hachís en forma de pastas que se disolvían lentamente en la lengua y luego esperaba el momento de su digestión. Pero su desconocimiento de la dosis exacta hizo que consumiera una porción suficiente para seis personas.

Taylor escribe:

“La sensación de limitación, del confinamiento de nuestros sentidos dentro de los límites de nuestra propia carne y sangre, se disolvió de inmediato. Los muros de mi cuerpo se extendieron hacia afuera y cayeron desmoronados; y sin pensar en la forma que adoptaba mi ser, y perdiendo de vista incluso toda idea de forma, sentí que existía a lo largo de una inmensa magnitud de espacio. La sangre, bombeaba desde el corazón, viajaba rauda por incontables lenguas hasta alcanzar mis extremidades; el aire que introducía mis pulmones se esparcía en mares de limpio éter, la bóveda de mi cráneo era más ancho que la bóveda del cielo” (Taylor, 1854)

Taylor consumió una gran cantidad de hachís vía oral y las sensaciones por él vividas fueron muy fuertes (ataques largos de risas, sensaciones de luminosidad y viveza, visión deformada de las cosas, multitud de ideas fluyendo por su mente de forma rápida y de manera desordenada, el tiempo parece como si se alargase, sudores fríos, paranoias, nervios, miedo, taquicardias, la garganta seca, la lengua se le pega al cielo de la boca, pesadillas pero también visiones espléndidas que era incapaz de describir, confusión de imágenes indistintas y fragmentos de imágenes, un fuerte estupor y adormecimiento suave hasta hundirse en un sueño profundo y agradable).

El efecto le duró cinco horas y al día siguiente de la toma no podía levantarse de la cama. Al siguiente día, después de haber dormido 30 horas, se encontraba todavía de manera desencajado con el cerebro nublado con las imágenes prolongadas de sus visiones (Taylor, 1855) (Abel, 1980: 172-175).

Taylor escribió:

“El espíritu (el demonio ¿Me atrevería a decir?) del hachís tomó posesión de mi persona. Me vi proyectado en el torrente de sus ilusiones y fui arrastrado irremediablemente a donde quiso llevarme. Los escalofríos que atravesaron mi sistema nervioso aumentaban en rapidez y en intensidad, a los que acompañaban sensaciones que impregnaban todo mi ser con un éxtasis inenarrable. Me vi envuelto en un halo de luz, del que se desprendían colores puros y armoniosos…Inhalé los olores más deliciosos; y la música de Beethoven tal vez hubiera oído en sueños pero que nunca llegara a escribir, flotaba a mi alrededor…Mi mente estaba llena con un sentimiento ilimitado de triunfo” (Taylor, 1855).

Los efectos de forma resumida fueron:

 

  1. El espíritu del hachís le poseía
  2. Las emociones atravesaban su sistema nervioso y se pusieron más rápidos y veloces.
  3. Atravesó un mar de luz
  4. Risas incontroladas
  5. Sensación de omnipotencia
  6. Visiones grotescas y amedrentadoras.

La intensificación de los sentidos se observa: “Me deleitaba en unos Campos Elíseos de los sentidos, porque ninguno de ellos quedaba sin gratificación. Pero, más allá de esto, mi mente estaba plagada de un limitado sentimiento de triunfo. Mi viaje era el de un conquistador, no de aquellos que somete a los de su raza usando el amor o la voluntad, porque yo había olvidado que el hombre existe, sino como alguien victorioso sobre las fuerzas más poderosas y también las sutiles de la naturaleza. Los espíritus de la luz, el color, el olor, el sonido y el movimiento eran mis esclavos; y dominándolos a ellos era el señor del universo”.

Finalmente acabó durmiendo más de 30 horas seguidas. Su conclusión del viaje fue espantoso pero había merecido la pena: “Por amedrentador que me resultase mi temerario experimento, no me lamenté de haberlo realizado. Me reveló unos grados de deleite y de sufrimiento que mis facultades naturales nunca podrían haber sondeado. Me ha enseñado la majestad de la razón y la voluntad humanas, incluso su manifestación más débil, y el tremendo peligro de inmiscuirse en aquello que perjudica su integridad”.

 

Fuente: cannabismagazine.net

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